Mi historia
Donde hoy se encuentra nuestro Kathreinhof, en el siglo XIX estaba la finca de los condes von Mohr, que poseían varios castillos en el Tirol del Sur, como Lichtenegg cerca de Malles y Untermontani cerca de Laces. Las piedras con las que estaba construida la torre de almacenamiento de aquella noble finca siguen formando parte de los muros de la bodega del Kathreinhof. Mi abuelo compró la finca en 1928, la pasó a mi padre, y él finalmente me la entregó a mí. Hoy vivimos en la finca mi esposa, nuestros cuatro hijos, mi madre y yo. Hasta hace pocos años todavía se criaban animales para el autoconsumo.
En nuestros huertos ecológicos cultivamos Golden Delicious, Red Delicious, Pinova, Fuji, Ambrosia y Gala. Desde que nos pasamos a la agricultura ecológica, ha vuelto a la finca una cierta nostalgia romántica que me recuerda a mi infancia. También mis hijos parecen percibir esta energía positiva, y no solo cuando quieren vender manzanas a los turistas que pasan, porque les conté cómo yo hacía lo mismo de niño. Con el dinero de la venta de manzanas me compré mi primer perro, y entonces estaba muy orgulloso de ello.
Existen muy pocas profesiones en el mundo en las que un padre pueda llevar a sus hijos pequeños al trabajo y estos se diviertan y jueguen mientras él realiza sus tareas. A veces eso también puede causar distracciones, como cuando mi hijo de dos años, Mathis, con su excavadora de juguete desenterró un plantón que yo había puesto en la tierra con esmero minutos antes. Todo ello me recuerda la ligereza de mi niñez, cuando trepaba por los árboles que en aquel entonces eran mucho más altos.
Mi hermano, que ya había pasado a lo ecológico hace catorce años y me introdujo en este mundo, me dio en cierto modo ese “impulso ecológico”. Lo siento sobre todo cuando mis hijos me gritan: “¡Papá, tráeme una manzana a casa!”